En los días previos al inicio de la III Copa Mundial de Beisbol sub 23, le dije a mi hijo menor que en este equipo se podía confiar y no es que conociera a cabalidad las cualidades y el desempeño de cada uno de los atletas convocados, sin embargo, la presencia en el mismo de jugadores ya con cierto renombre como Guillermo García, quizás uno de los slugger con más futuro en la pelota cubana y seleccionado como el más valioso en la final de la pasada Serie Nacional, o los lanzadores Marlon Vega, novato del año en la pasada contienda beisbolera del país y el matancero Naykel Cruz, uno de los mejores zurdos del país, nos hacían volver a colgarnos de esa “esperanza que no cesa” a la cual nos hemos referido una y otra vez en esta página.

Hay que tener en cuenta además que en la mayoría de los países participantes las competencias beisboleras no habían cesado a diferencia de Cuba donde todo se detuvo a partir del cierre de la pasada temporada del pasatiempo nacional. Nuestro equipo tuvo un calendario nada favorable pues en las tres primeras fechas debía enfrentar a sus principales rivales. Luego todo se complicó un poco más pues la lluvia hizo acto de presencia y el enfrentamiento con República Dominicana fue trasladado para el único día de descanso que tenían los atletas del grupo.

Derrota clara contra México, victoria in extremis contra China Taipéi, para luego salir por la puerta ancha ante rivales de menor categoría como República Checa y Alemania, para finalmente sellar el pase a la llamada súper ronda venciendo con categoría a los quisqueyanos.

Sin embargo, los que pudimos ver los juegos comprobamos cómo se mantienen en nuestros beisbolistas las mismas carencias mostradas en otras oportunidades por la selección de las cuatro letras: desespero en la caja de bateo, no saber discriminar adecuadamente a la hora de realizar la acción de batear, sobre todo, con hombres en base. Incapacidad para adelantar a sus compañeros en base, ya sea por toque de bola o bateando por detrás del corredor, en fin, más de lo mismo. No son secretas las innumerables carencias y dificultades que tiene el béisbol nacional y sobre las cuales no se acciona adecuadamente.

Sin embargo, el desempeño de la selección fue mejorando en cada partido y tuvo como gran colofón la victoria de nueve carreras por ocho, contra Panamá en la cual los jugadores tuvieron que remontar el marcador adverso en tres oportunidades y no hay cosa que los cubanos disfrutemos más que luchar y vencer contra todo lo que parece imposible. Sin embargo, hubo otras adversidades: a la par que se desarrollaba el torneo se hacía más intensa la labor de los traficantes de talentos aspecto este que se ha convertido en una verdadera plaga para el deporte nacional en los últimos años a partir del malogrado acuerdo con la MLB que borró de un plumazo el expresidente Donald Trump bajo presiones de la ultraderecha cubana de la Florida.

En la ronda final, un equipo diezmado en grado sumo, sufrió derrotas contra Venezuela y Colombia con marcadores bastante desproporcionados, sobre todo el primero, pero una derrota de los cafeteros ante los mexicanos brindó a los cubanos la posibilidad de enfrentar nuevamente a los primeros y discutir una medalla de bronce. Si bien el equipo cayó cinco carreras por tres, fue un partido digno de un certamen mundial donde los cubanos mostraron lo que puede lograr esta generación de jóvenes que han llenado de esperanzas a los amantes de este deporte que, dentro de poco, será declarado patrimonio cultural de la nación cubana.

Cierto que más de la tercera parte del equipo tomó otros rumbos, pero el espíritu de esta selección, que es lo más valioso, se mantiene en la patria. Sin lanzar campanas al vuelo, queremos creer que el equipo sub 23 de béisbol de Cuba acaba de encender la luz al final del túnel.